jueves, 1 de marzo de 2012

Tarde (1)

Como de costumbre me estaba haciendo la merienda, y puntual, a su manera, por fin llegó por primera vez a mi casa.
Mientras la leche caía al abismo del vaso, sonó el telefonillo, y quedé embobada mirando el visor del telefonillo, su inexpresiva cara.
Me parecía tan grande de lejos, mientras cerraba el portón, y me parecía de cuento, cuando le tenía plantado delante mía. Lo único que se me ocurrió, fue subir dos escalones, esperar su respuesta de que se acercase a mi, y darle el beso profundo que llevaba guardándole durante semanas.
Mientras le acariciaba su cabello, su barba, pase a la espalda, hasta terminar en su cadera, así, estrechándole con fuerza hacia mi.
Y lentamente fui dejando caer mi cuello pegado al suyo, dirigiendo mi boca a su oreja, y minuciosamente, le iba dejando pequeños suspiros.
Reaccionó en un momento, y pegó su frente con la mía, hasta que dijo aquellas palabras, aquellas que me endulzaban, aquellas palabras amorosas que me derretían más y más en sus brazos. Tras unos minutos de empalagoso amor, fuimos a la cocina, donde nos quedábamos embobados entre el dulzor de nuestra comida pasajera, y el amor del ambiente.
Cuando terminamos, recogimos todo para no tener que entretenernos. Subimos a la habitación, el pequeño reino que le faltaba pisar, el mio, esperando que se tumbara en el lecho.



Se tumbó con pereza, se giró, y se quedó mirándome con gracia, ya no era con forma de burla, como cuando nos conocíamos, ahora era una mirada ¿como dulce?, me tumbé junto a el, y me rodeó con su brazo, acercándome junto a el, cerré los ojos, mientras el me susurraba tonterías de enamorados, hasta que me giré, y encontrándome con su cara, no sabía si todavía era un sueño.
Con esos ojos que tenias amor, me dejaban llevar, nos dejábamos llevar, aquellos impulsos, aquel impulso que teníamos, era grande, y con corajes, hasta el cielo podíamos llegar.
Si, pero como esto no había nada, me encantaba su cuerpo tierra, sus hombros anchos, su pectoral, el roce de su barba por mi cuello, las manos entrelazadas con fuerza, sus ojos miel, su aliento con el cálido gemido, que demostraba su placer.
Como la tarde, el sol, se acaba yendo, y como aquella pasión que consumimos, se fue apagando, hasta quedar en dos almas envueltas entre sabanas, en profundo sueño.
Besos, muchos besos, por todas partes como despedida, amor.







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